Todo proceso creativo, sea en literatura, en ingeniería, en informática o incluso en
el amor, respeta siempre un mismo modelo: el ciclo de la naturaleza. A
continuación, enumero las etapas de ese proceso:
a) Arado del campo: en el momento en que se revuelve el suelo, el oxígeno
penetra donde antes no podía. El campo gana un nuevo aspecto, la tierra que
estaba encima ahora está debajo y lo que estaba debajo se ha transformado en
superficie. Este proceso de revolución interior es muy importante, porque de la
misma manera que el nuevo rostro de aquel campo verá la luz del sol por primera
vez y se deslumbrará con ella, una revaluación de nuestros valores nos permitirá
ver la vida con inocencia y sin ingenuidad. Así estaremos preparados para el
milagro de la inspiración. Un buen creador tiene que estar siempre removiendo
sus valores, y jamás contentarse con aquello que cree entender.
b) La siembra: toda obra es fruto del contacto con la vida. El hombre creador no
puede encerrarse en una torre de marfil; precisa estar en contacto con el prójimo y
compartir su condición humana. Nunca sabrá de antemano cuales son las cosas
que serán importantes en el futuro, de modo que cuanto más intensa sea su vida,
más posibilidades tiene de encontrar un lenguaje original. Le Corbusier decía que
“mientras el hombre quiso volar imitando a los pájaros, nunca lo consiguió”. Lo
mismo pasa con el artista: aun cuando sea un traductor de emociones, no conoce
completamente el lenguaje que está traduciendo, y si intenta imitar o controlar la
inspiración jamás llegara a donde desea. Necesita permitir que la vida siembre el
campo fértil de su inconsciente.
c) La maduración: existe un tiempo en el que la obra se escribe sola, con libertad,
en el fondo del alma del autor, antes de que éste se atreva a manifestarla. En el
caso de la literatura, por ejemplo, el libro está influenciando al escritor y viceversa.
Es a este momento que el poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade se
refiere cuando dice que jamás debemos intentar recojer los versos que se pierden,
pues ellos no merecían ver la luz del día. Conozco a gente que durante la
maduración se pasa tomando notas compulsivamente de todo lo que le pasa por
la mente, sin respetar aquello que está siendo escrito en el inconsciente. El
resultado es que las notas, frutos de la memoria, terminan obstaculizando a los
frutos de la inspiración. El creador necesita respetar el tiempo de gestación, aun
cuando sepa – al igual que el agricultor – que él solo tiene un control parcial de su
campo; está sujeto tanto a sequías como a inundaciones. Pero, si sabe esperar, la
planta más fuerte, la que resistió a las intemperies, saldrá a la luz con toda su
fuerza.
d) La cosecha: es el momento en el que el hombre manifestará en un plano
consciente aquello que sembró y dejó madurar. Si recoje antes, la fruta estará
verde. Si recoje después, la fruta estará podrida. Todo artista sabe reconocer la
llegada de este momento; aun cuando ciertas preguntas no hayan aún madurado
lo suficiente, ciertas ideas aún no estén claras y cristalinas, ellas se irán
reorganizando a medida que la obra va siendo hecha. Sin miedo y con disciplina,
él entiende que es preciso trabajar de sol a sol hasta que su obra esté completa.
¿Y qué hacer con los resultados de la cosecha? De nuevo miramos a la Madre
Naturaleza: ella comparte todo con todos. Un artista que quiere guardar su obra
para sí mismo no está siendo justo con lo que recibió en el presente ni con la
herencia y las enseñanzas de sus antepasados. Si dejamos lo granos
almacenados en el granero, acabarán por podrirse, aun cuando hayan sido
recogidos en el momento adecuado. Cuando la cosecha termina, llega el momento
en que es preciso dividir, sin miedo ni verguenza, su propia alma.
Esa es la misión del artista, por más dolorosa o gloriosa que sea.
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