30 de marzo de 2015

Evolución

Para saber de dónde venimos hay que hablar de, la vida, y no de la creación del ser humano y su consciencia, tal como son actualmente y como suelen explicarlo las religiones. Es necesario definir la vida, en cuánto a la formación de nuestro ADN genético, combinaciones moleculares que surgieron ante la necesidad de evolución frente al carácter de subsistencia con respecto a la adversidad física que fue planteando la evolución cósmica. Teorizando desde la lógica evolutiva molecular, somos finalmente el resultado de la subsistencia y persistencia de combinaciones moleculares dentro de un tiempo determinado (miles de millones de años pero segundos con respecto a la evolución cósmica). Surgieron otras formas que se exterminaron, pero siempre volvieron a combinarse, nunca hubo un fin para la existencia, somos el resultado de una de ellas. No caímos a la Tierra por arte de magia tal cual somos.

Evolución molécula a molécula:

29 de marzo de 2015

"Cosas que caen del cielo" site: charlemos.com

La lluvia, la nieve y el granizo son fenómenos corrientes en la Tierra. Muchos de nosotros estamos acostumbrados al espectáculo del agua, líquida o sólida, cayendo del cielo. Además, en esta época de exploración espacial podríamos esperar la caída de un meteorito. Sin embargo nos sorprenderíamos, en cambio, si de pronto empezaran a llover animales. No obstante, éste fenómeno puede ocurrir, como lo indican varios registros históricos, algunos antiguos y otros muy recientes. Incluso en la Biblia se menciona una lluvia de sapos, como una plaga contra los egipcios por no dejar partir a los israelitas.
La lluvia de objetos extraños se puede producir cuando un tornado o un huracán pasa sobre un estanque o lago, levantando además de agua muchos anfibios y otros animales, depositándolos a muchos kilómetros de distancia del sitio original. Evidentemente hay más probabilidades si el lugar se encuentra en una zona en la que se produzcan vientos de gran fuerza. Sin embargo no está del todo claro el porqué en estos casos los objetos que han sido levantados juntos caen también juntos, en lugar de ser dispersados a través de grandes distancias.
No son sólo ranas y sapos los que pueden caer del cielo. Aunque aún no se tenga noticia de una lluvia de perros y gatos, se han registrado fenómenos semejantes, y muchos de ellos no han sido completamente explicados. Los siguientes son sólo algunos ejemplos:
En 1870, el tejado de una casa de ópera en Sacramento, California (EEUU) quedó cubierta por una lluvia de lagartijas acuáticas de entre cinco y veinte centímetros de longitud.
El 28 de diciembre de 1857, durante el transcurso de una fuerte tormenta, las calles Montreal (Canadá), quedaron cubiertas por centenares de mejillones.
En 1877, la ciudad de Memphis, Tennesse (EEUU) recibió una lluvia miles de serpientes de hasta cuarenta y cinco centímetros de largo. Se cree que fueron llevadas por un huracán lejano, pero no se ha podido explicar la enorme cantidad de animales.
En 1922, durante una tormenta de nieve en los Alpes Suizos, cayó una lluvia de orugas, arañas y grandes hormigas.
En 1956, los niños que salían de la escuela en Hanham, un suburbio de Bristol (Inglaterra), fueron sorprendidos por una lluvia de monedas de un penique.
En julio de 1961, los trabajadores de un tejado en Shreveport, Louisiana (EEUU) tuvieron que refugiarse cuando de una nube cayó una lluvia de duraznos.
En abril de 1985, sobre un patio en St. Cloud, Minnesota (EEUU), durante una tormenta cayeron varias estrellas de mar.
En febrero de 1830, en Faridpur, India, cayó una lluvia de peces pequeños, muchas especies propias de la India. Una gran cantidad fue aprovechada por los habitantes del pueblo para preparar comida. Se tiene registrada también una lluvia de peces en 1666 en Cranstead, Inglaterra, donde cayó una gran cantidad de peces marinos, a pesar de que el mar estaba a más de diez kilómetros de distancia.
El 2 y el 11 de septiembre de 1857 llovió azúcar en algunas zonas de Lake County, California (EEUU). Los lugareños aprovecharon este fenómeno para preparar sirope.
En julio de 1995, un tornado pasó por Moberly, Iowa (EEUU). Poco después, a 250 kilómetros de distancia hacia el norte, los habitantes del poblado de Keokuk recibieron una lluvia de latas de soda sin abrir.
En muchas partes del mundo, en numerosas ocasiones y en número monstruoso, cayeron del cielo ranas y sapos, y también caracoles marinos, gusanos y serpientes. También se ha visto gotear y aún chorrear sangre del cielo, y caer semillas y granos, así como carne de todo tipo, como si allá arriba navegaran una suerte de granjas invisibles.
Y aunque aún no se tenga noticia de una lluvia de perros y gatos, se han registrado fenómenos semejantes, y muchos de ellos no fueron completamente explicados. Los siguientes son sólo algunos ejemplos recogidos por el famoso Charles Fort y por muchos de sus seguidores en el mundo entero:
Todos los años, al comienzo de la estación lluviosa, los habitantes de Yoro, en Honduras, preparan baldes, barriles, palanganas y redes para recoger los peces que van a caer del cielo. Y todos los años, hasta donde llega la memoria, han caído sardinas por barriles. La “lluvia de pescado”, como la llama la gente del lugar, suele comenzar de cuatro a cinco de la tarde y va seguida de tormentas eléctricas y fuertes vientos. El pescado es depositado vivo y coleando sobre una pradera que hay al sudoeste del pueblo.
En 1833, una sustancia parecida a la lana cayó en trozos sobre grandes extensiones de campo cerca del pueblo francés de Montussan. En otros lugares hubo lluvia de un material que se asemejaba a seda en hilos ondulantes, como procedentes de una gran mercería.
En 1870, el tejado de una casa de ópera en Sacramento, California, quedó cubierta por una lluvia de lagartijas acuáticas de entre cinco y veinte centímetros de longitud.
El 28 de diciembre de 1857, durante el transcurso de una fuerte tormenta, las calles Montreal, Canadá, quedaron cubiertas por centenares de mejillones.
En 1877, la ciudad de Memphis, Tennesse, recibió una lluvia de miles de serpientes de hasta 45 centímetros de largo. Se cree que fueron llevadas por un huracán lejano, pero no se pudo explicar la enorme cantidad de animales.
En 1922, durante una tormenta de nieve en los Alpes suizos, cayó una lluvia de orugas, arañas y grandes hormigas.
En 1956, los niños que salían de la escuela en Hanham, un suburbio de Bristol, Inglaterra, fueron sorprendidos por una lluvia de monedas de un penique.
En julio de 1961, los trabajadores de un tejado en Shreveport, Louisiana, Estados Unidos, tuvieron que refugiarse cuando de una nube cayó una lluvia de duraznos.
En abril de 1985, sobre un patio en St. Cloud, Minnesota, Estados Unidos, durante una tormenta cayeron varias estrellas de mar.
En febrero de 1830, en Faridpur, India, cayó una lluvia de peces pequeños, muchas especies propias de ese país. Una gran cantidad fue aprovechada por los habitantes del pueblo para preparar comida. Se tiene registrada también una lluvia de peces en 1666 en Cranstead, Inglaterra, donde cayó una gran cantidad de peces marinos, a pesar de que el mar estaba a más de diez kilómetros de distancia.
El 2 y el 11 de setiembre de 1857 llovió azúcar en algunas zonas de Lake County, California, Estados Unidos. Los lugareños aprovecharon este fenómeno para preparar sirope, un líquido espeso azucarado que se emplea en repostería y para elaborar refrescos.
En julio de 1995, un tornado pasó por Moberly, Iowa, Estados Unidos. Poco después, a 250 kilómetros de distancia hacia el norte, los habitantes del poblado de Keokuk recibieron una lluvia de latas de gaseosa sin abrir.
En enero de 2002 en Soria, España, cayó un bloque de hielo de más de 16 kilos.
El 7 de julio de 1997, cerca de las costas gallegas navegaba el buque maltés Marietta II. A media tarde, con visibilidad perfecta y el mar en calma dos tripulantes vieron caer al mar y hundirse a unos 60 metros del barco lo que describieron como “un hombre verde con una especie de casco”. Salieron patrullas de rescate desde Finisterre pero no se encontró nada.
Y la lista de lluvias misteriosas y sucesos tan inexplicados como fascinantes puede seguir hasta el hartazgo. Un listado casi tan amplio como la ignorancia del hombre respecto de muchas de las cosas que lo rodean. Y, tal vez por eso, nuestro amigo Charles Fort solía repetir: “La ciencia de hoy es la superstición de mañana, y la superstición de hoy es la ciencia del porvenir”.
El Times de Londres del 5 de julio de 1842 tomaba lo siguiente del Fife Herald escocés: El miércoles por la mañana [29 de junio] fue observado un fenómeno del carácter más raro y extraordinario en las inmediaciones de Cupar [Escocia]. Hacia las doce y media, con el cielo despejado y el aire en perfecta calma, una muchacha ocupada en lavar ropa en una tina en el campo comunal, oyó sobre su cabeza un estampido fuerte y seco, seguido de una ráfaga de viento de extraordinaria violencia, y que solo duró unos instantes. Al mirar a su alrededor, observó que todos los manteles, sábanas, etc. estaban en el suelo formando una franja de cierta anchura sobre el verde a varios cientos de metros de distancia; pero otra parte de las prendas, cortinas y cosas más pequeñas, eran llevadas hacia arriba a una altura inmensa, de modo que ya casi se perdían de vista, y gradualmente desaparecieron por completo en dirección sudeste y no se ha vuelto a saber de ellas. En el momento de la detonación que precedió al viento, se vio el ganado del prado vecino correr asustado de un lado para otro, y durante algún tiempo después continuó amontonándose con visible terror. La violencia del viento era tal que una mujer que en ese momento sostenía una sábana fue incapaz de retenerla por miedo a verse arrastrada con ella. Es notable que, mientras incluso las prendas más pesadas eran llevadas lejos corriendo por el verde, como si dijésemos, y los lazos que sujetaban varias sábanas se rompieron, las prendas ligeras que había sueltas a ambos lados del holt [colina poblada de árboles] no se movieron de su sitio. El número del 10 de julio de 1880 del Scientific American trae esta noticia, tomada del Plain Dealer de East Kent (Ontario): Los señores David Muckle y W. R. McKay… estaban en un campo de la granja del primero cuando oyeron un súbito estruendo, como de un cañón. Se volvieron justo a tiempo para ver una nube de piedras volar hacia lo alto desde un lugar del campo. Tremendamente sorprendidos, examinaron el lugar, que era circular y de unos 45 m de diámetro, pero no había indicios de erupción ni nada que indicase la caída allí de un cuerpo pesado. El terreno estaba simplemente barrido. Están seguros de que la causa no fue un meteorito, ni una erupción de la Tierra, ni un torbellino.

TORBELLINOS Y TROMBAS MARINAS
La clásica explicación de la mayoría de las lluvias insólitas es que todo lo que cae fue antes absorbido por un torbellino o una tromba marina. Además de ser la explicación más lógica, la tesis del torbellino se basa en algunas pruebas de peso, fruto de la observación. Por la atmósfera circulan constantemente una gran variedad de pequeños organismos y restos vegetales y animales. En muestras de aire recogidas con aspiradores especialmente diseñados se han encontrado esporas de hongo , musgo, líquenes y algas , huevos de insecto, bacterias, escamas de alas, pelos y trozos de plumas. Aunque para levantar del suelo esas pequeñas partículas no haga falta mucha energía, los grandes torbellinos, tornados y trombas marinas generan corrientes ascendentes de una fuerza enorme. En el embudo de un tornado los vientos pueden girar a velocidades de 270 a 480 kilómetros por hora y producir una presión de más de 135 kilos por cada 10 centímetros cuadrados sobre todo cuanto encuentren en su camino. Semejante fuerza es más que adecuada para algunas de las más impresionantes estadísticas sobre tornados. Por ejemplo, el 22 de abril de 1883, en Beuregard (Mississippi), un tornado se llevó volando a 275 metros el tornillo de 300 kilos de una prensa de algodón. En Walterborough (Carolina del Sur), una viga de madera de 270 kilos fue arrastrada 400 metros por el tornado del 16 de abril de 1875, y un gallinero de 35 kilos más de 6 kilómetros. Y en el tornado del 4 de junio de 1877, en Mont Carmel (Illinois), la aguja de una iglesia fue llevada por los aires 25 kilómetros. La acción de las trombas marinas ha sido observada con menos frecuencia que las de los torbellinos, pero también han hecho cosas extraordinarias. Por ejemplo, en Christiansten (Noruega), el puerto fue una vez casi vaciado de ese modo, y, en menor escala se sabe de estanques que quedaron secos. Durante una tormenta en el lago Bassenthwaitre (Inglaterra) se vio como los peces eran lanzados a tierra. En la medida en que la energía generada por los torbellinos basta para levantar hasta el cielo lo que se ha visto cae de él, la explicación parece acertada, e indudablemente da cuenta de algunas lluvias insólitas. Sin embargo esta teoría suscita preguntas interesantes. Por ejemplo, ¿cómo se las arreglan torbellinos y trombas para ser tan selectivos? Las cosas que caen del cielo suelen estar perfectamente clasificadas: en un determinado chaparrón caen solo peces, o sólo ranas, o sólo piedras, y además sólo peces de cierta especie o ranas de cierta edad. Pero torbellinos y trombas barren cuanto encuentran a su paso. ¿Por qué entonces no hay lluvia de seres y despojos surtidos, por ejemplo barro y algas junto con los peces? Si damos por supuesto algún mecanismo de selección aéreo –por ejemplo, de acuerdo con el peso y la aerodinámica de los objetos–, sería de esperar que cayesen chaparrones variados –peces aquí, barro allí, algas más allá– en la misma zona y más o menos al mismo tiempo; pero esto no sucede. ¿Cómo, entonces, sobreviven los peces y otras criaturas a los rigores del transporte por el torbellino? La teoría de los torbellinos y trombas exige creer, primero, que los peces, que a menudo caen vivos a considerable distancia de su aparente punto de origen, pueden sobrevivir por un período indefinidamente largo en la saturada atmósfera de una nube de lluvia. Segundo, que fuerzas lo bastante poderosas para sacar peces, ranas, sapos, anguilas y serpientes de su hábitat normal y lanzarlos al cielo no bastan para inferirles daños físicos, y que los repentinos cambios de temperatura y presión son igualmente inofensivos. Aunque tales teorías pueden apelar al sentido común, carecen de pruebas firmes que las apoyen. Queda por último la pregunta de cómo pueden los torbellinos cernerse sobre un lugar o regresar a él. Dado que la característica más permanente del viento es el movimiento, y el mover cuanto viaja en él, la teoría del torbellino no explica los numerosos casos en que las mismas cosas caen repetidamente en el mismo sitio, como si procediesen de algún lugar fijo del cielo.